Si a esto le sumas que alguno de tus hijos sea adolescente, entonces la cosa se complica aún más.
Recuerdo cuando eran pequeños y me quejaba de todo lo que tenía que hacer y de estar todo el día corriendo para atenderles. Entonces otras madres ya con hijos adolescentes, me decían que eso no era nada comparado con lo que vendría. Y sin duda así ha sido.
Porque cuando tus hijos llegan a la adolescencia, entran en juego otras variables y la educación más que nunca se convierte en un aprendizaje continuo para los padres. No solo tienes que atender sus necesidades básicas, sino que empiezas a ver como se convierte en un adulto con sus propias opiniones, en ocasiones contrarias a las tuyas. Todas esas recetas que te servían cuando eran más pequeños, ya no solo no sirven sino que pueden ser contraproducentes.
Ahora impera más que nunca:
- Callar y pensar bien lo que vas a decirle
- Tener muchísima paciencia cuando las reacciones de tu hijo te sacan de quicio
- Encajar con humidad las críticas (porque te critican…)
- Decirle lo que creemos que debe hacer, pero sin discutir con él ( cosa harto difícil, cuando no lo entienden)
- Corregir, pero con serenidad
- Y sobre todo querer más que nunca, porque aunque no lo digan, ni lo expresen tanto como queremos, nuestros hijos nos necesitan.
Pero aparte de estas simples reglas no siempre fáciles de aplicar, mi duda más latente es ¿Qué quería enseñar a mis hijos? Y ¿Qué les he enseñado finalmente?
Me vienen muchas palabras a la mente: felicidad, buen humor, carácter, responsabilidad, autoestima, buenos sentimientos, valentía, generosidad, amabilidad, respeto, gratitud y libertad entre otras.
Todas estas palabras refieren valores que creo deben estar presentes para educar a nuestros hijos en la responsabilidad confiando en que esta les ayude a alcanzar el equilibrio en su vida adulta.
Con ello queremos y buscamos que nuestros hijos aprendan a valerse por sí mismos, cuidarse, entender el mundo, desenvolverse, aceptar sus códigos o marcarse los suyos propios si es necesario, siempre desde el respeto a uno mismo y a los demás.
Sin duda la experiencia de criar a nuestros hijos, se vive, no es pura teoría y en ocasiones la realidad, convulsiona nuestra mente y nuestra paz, haciendo que vayamos sobre la marcha, sin planificar, improvisando y aprendiendo de los errores.
¿Quién nos enseña a los padres? Parece que tuviéramos que estudiar mil cursillos, hacer un master, para llegar a la experiencia de ser padres perfectamente pertrechados con instrumentos de eficacia comprobada. La realidad no es así. No hay universidad para ser padre o madre, aunque esto tampoco sea motivo para dejarlo todo al puro instinto.
La educación de tus hijos además tiene una doble vertiente, no solo hay que contemplar el contenido sino también el método ¿Cómo hay que hacerlo? Siempre con disyuntivas:
- ¿hay que ser duros o blandos?
- ¿permisivos o autoritarios?
- ¿muchas normas o pocas y claras?
- Sin duda no hay respuestas definitivas. La experiencia será distinta para cada padre y madre, porque cada persona es diferente y nuestros hijos aunque como adolescentes puedan etiquetarse, son diferentes. Los que tenemos más de un hijo, sabemos que lo que hacemos con uno, no siempre vale con otro.
Por otra parte, nuestra labor educativa como padres se ve afectada en muchas ocasiones por nuestro nerviosismo y nuestras preocupaciones que se traducen en ansiedad y que trasladamos a nuestros hijos de manera consciente o no.
Es ahí donde nuestro rol de educadores puede definirse y afianzarse, desde la inteligencia emocional. Trabajando nuestras emociones podemos estar en condiciones de dar lo mejor a nuestros hijos. La inteligencia emocional, nos puede dar unas pautas más enfocadas en nosotros como padres y personas que en nuestros propios hijos. Si estamos bien, educaremos mejor.
Unos padres con una sana inteligencia emocional se caracterizaran siguiendo el modelo de Daniel Goleman por:
- Trabajar su inteligencia intrapersonal
o Conocer sus emociones ( AUTOCONOCIMIENTO)
o Controlar sus emociones (AUTOCONTROL)
o Motivarse uno mismo (AUTOMOTIVACION)
- Trabajar su inteligencia interpersonal ( en este caso en relación con nuestros hijos)
o Reconocer las emociones de los demás (EMPATIA PATERNO FILIAL)
o Controlar nuestras relaciones personales (HABILIDADES SOCIALES)
Pero este trabajo y aprendizaje como padres, no puede perder de vista nunca que educar desde el amor, es sin duda la base, y a partir de ahí determinar qué valores intocables quieres inculcar en tus hijos y como lo vas a hacer.
Cada hijo es como un libro en blanco que hay que empezar a escribir y llenarlo de ternura y amor, dejándonos llevar a veces, mostrándonos serenos pero inamovibles otras, y en fin haciendo de la experiencia de educar algo irrepetible.
“La educación no es más que una cierta relación que establecemos entre nosotros y nuestros hijos, un cierto clima en el que florecen los sentimientos, los instintos, los pensamientos”
Natalia Ginzburg
LAS PEQUEÑAS VIRTUDES
Escribir comentario